a Charles Bukowski, claro...
Se acomodó la dentadura
delante del espejo.
Tú eres diferente, dijo.
Conoces las reglas.
No se lo dije, pero
mis únicas reglas eran:
beber
escribir
y elegir la mejor puta
entre las más baratas.
El cenicero estaba lleno de
colillas y el suelo
necesitaba un barrido.
Su pelo un lavado.
Se dio la vuelta hacia mí.
No era más
que un puñado de arrugas.
La bata tenía agujeros
y manchas, aquí y allá.
Hoy gratis, dijo.
Podría enamorarme, dije.
No. No te enamores.
Es la primera regla.
G.Z.
G.Z.
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